domingo, 16 de enero de 2011

Que corra la sangre

Este fin de semana ha habido maratón de donación de sangre, esta vez bajo el estimulante lema "Que corri la sang / Que corra la sangre". Como en la anterior ocasión, me apunté en la página web para reservar lugar y hora. 

A lo largo de la semana me abstuve de tomar aspirinas para el dolor de cabeza o antigripales para mi resfriado en ciernes, ya que es motivo de rechazo por parte del personal médico para la admisión de donantes.

La última donación fue justo hace tres meses, el tiempo mínimo establecido para que me vuelvan a pinchar la vena, y en los últimos seis meses he visitado Libia, un país que no requiere profilaxis por lo que a priori no debería representar ningún problema.

Tampoco cumplía ninguna de las otras 45 condiciones que me podían excluir como donante, entre las que figuran la de haber ido al dentista en las dos últimas semanas, ser toxicómano, vender mi cuerpo a cambio de dinero o haber ido a Tailandia a fornicar como un loco.

Total, que llego al Hospital de Sant Pau, pregunto a un guardia de seguridad por el pabellón sangriento y llego al sitio en cuestión. No sé si es por el hecho de que la maratón es un evento extraordinario y se espera la asistencia de deportistas famosos y medios de comunicación pero detecto que el personal del banco de sangre (mujeres sesentonas con gafas de pasta negra y rubio teñido) está algo alterado.

Tras confirmar que estoy apuntado en la lista, lo primero que me preguntan es qué talla de camiseta gasto.

-Yo creo que a ti la L te va bien.

-Bueno, depende del fabricante. A veces es la L y a veces la XL. La tendría que ver, en todo caso.

-Ummm... es que no las podemos enseñar mucho porque a la gente que viene a donar y no está en la lista no se les da camiseta.

Y como si se tratara de un maletín con cocaína, de debajo del mostrador saca un sobre blanco tamaño DINA3, lo abre y me enseña discretamente el género.

-Siiii, esta es la L y seguro que te va bien.

Bueno, es mejor no discutir con alguien que tiene la edad de mi madre y seguramente su misma baja tolerancia a que le lleven la contraria. Además no he venido por la camiseta, así que si no me va bien ya se la enchufaré a alguien.

Se quedan con mi ficha de donante y me invitan a sentarme en una fila de sofás de skay que han debido conocer mejores tiempos. Al momento mi culo se hunde hasta casi tocar el suelo, alcanzando la nada cómoda postura en la que mis rótulas casi se tocan los lóbulos de las orejas. Discretamente, deslizo mis posaderas al asiento de al lado, rezando por que no sea otra trampa mortal.

Una de las enfermeras pasa por delante y me pregunta dónde está mi ficha de donante.

-Te la has quedado tú.

-Ah.

Y me la da de nuevo.

Al momento sale la doctora y me hace pasar a su despacho. Me pregunta que si estoy bien, si en las anteriores he tenido algún problema, cuánto peso, etc. todo de retahíla y sin interés, como cuando te leen tus derechos.

Me toma la tensión con un aparato ultratecnológico que lo hace todo sólo. El único pero es que el cacharro tiene tendencia a fantasear con los resultados, por lo que la doctora me tiene que tomar la tensión de nuevo con un tensiómetro tradicional.

Cuando me pregunta si he viajado fuera de Europa últimamente, le digo que sí, que he estado en Libia, en el norte de África.

Levantada de ceja.

-¿Y te tuviste que vacunar?

-No.

-¿Te picó algún insecto?

-Pues sí, un mosquito me picó aquí en la mano. Bueno, no sé si era un mosquito o no pero me dejó esta marquita ¿ves?

Segunda levantada de ceja y risa nerviosa.

-¿Y cuándo estuviste?

-En Navidad.

Se levanta, coge un libro que tienen para consultar los peligros y advertencias de todos los países y concluye:

-Sin datos.

Así que llega lo que yo considero el peor momento del proceso de dar sangre. Me creáis o no, ese momento es cuando te pinchan en el dedo para hacer la prueba de la sedimentación.

Es como poner la mano en una trampa para ratones sabiendo con total seguridad que te van a pillar y ¡CLAC! pinchazo que te crío. En cambio, cuando te introducen la jeringuilla en el brazo todo es más sosegado, te tumbas panza arriba, te preparan, te dicen que respires hondo, te frotan un montón de veces para esterilizar la piel... Esto no. Te trepanan el dedo sentando en una silla de oficina, a la brava, sin preliminares ni nada. ¡CLAC! y fiesta.

Para colmo, la perforación es en una parte de tu cuerpo que luego se pasa todo el día en contacto con montones de cosas y esa pequeña herida al final molesta.

Pero ¿por qué le doy tantas vueltas a esto? os preguntaréis. Pues porque justo después de sacarme una gotita de sangre por el método de la trampa de ratones, la doctora va y me pregunta:

-Perdona pero ¿que día de Navidad volviste de tu viaje?

-El 3 de Enero ¿Por?

-Ay, es que entonces no puedes dar sangre. Está lo del virus del Nilo, y tiene que pasar un periodo de un mes para poder efectuar la donación. Es algo que siempre se me olvida.

-Pero el Nilo está en Egipto y yo he estado en Libia...

-Ya, ya, eso da igual. Cualquier persona que haya viajado fuera de Europa, y de Bielorusia creo, tiene que pasar un mes de cuarentena. Pero espera que lo confirmo.

Y como para dar mayor credibilidad al asunto, sale del despacho y vuelve a entrar.

-Si, sí, confirmado: no puedes dar sangre hoy, lo siento mucho. ¿Te han dado ya la camiseta?


Por supuesto, la camiseta pasará directamente a la categoría de camiseta de pijama. Y la tipa esta se podría haber pinchado ella misma en las ingles antes de acordarse del virus del Nilo ese de las narices.

Buenas noches.

1 comentario:

  1. Increible!!! Por cierto, ... el "piajama", ¿es de tu talla?

    Felicidades por el relato. Se nota que has puesto toda tu "sangre" en él.

    Salut.

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