sábado, 17 de abril de 2010

El Club de la Ducha

Un buen día el soporte de la ducha acabó por romperse y empezó la pesadilla.


Me acerqué a la ferretería industrial con la sana intención de comprar otro soporte, y qué mejor para evitar complicaciones que adquirir uno que se proclamaba como “Universal”. Dicho y hecho. Lo metí en el zurrón y subí a casa.

El soporte existente se aferraba a la baldosa como un viejo dictador al sillón presidencial, así que tuve que ingerir varias latas de espinacas con tal de conseguir la potencia necesaria para arrancarlo de la pared.

De este modo descubrí el primer inconveniente: la pieza antigua se sujetaba por dos tacos alineados verticalmente y la nueva necesitaba que estuvieran dispuestos de modo horizontal. Eso implicaba hacer un nuevo agujero y por lo tanto tuve que hacer uso del comodín de la llamada.

Llamé a mi padre a ver si me prestaba su Black&Decker, o en su defecto, pudiera venir él mismo a practicar el orificio. Puesto que mi padre es de la opinión que dejarme el taladro es el equivalente a dejarle una regadera a un mogwai, decidió buscar un hueco en su apretada agenda de jubilado y vino al cabo de un par de meses.

Al igual que el padre Karras en 'El exorcista', el mío se presentó con su maletín de herramientas y su serio semblante. Solamente él y su broca Vidia sabían que iban a enfrentarse a un duro adversario: las baldosas de mi lavabo. Si una cosa la tengo clara es que en caso de terremoto o bombardeo el lugar indicado para refugiarse es mi cuarto de baño, puesto que la dureza de sus azulejos roza la indestructibilidad.

Media mañana se pasó el pobre hombre batallando infatigablemente y mascullando palabrotas hasta conseguir abrir brecha. Después de tranquilizar a los vecinos del bloque asegurándoles que todo estaba en orden, por fin colocamos el nuevo soporte en su sitio.

El siguiente problema era que la ducha (AKA alcachofa) no encajaba en el supuesto soporte universal. Eso merecía una nueva visita a la ferretería industrial. Una vez allí opté por comprar una ducha de la misma marca que el soporte; de ese modo me aseguraba el tiro.

Una vez de regreso a casa desenrosqué la alcachofa vieja del tubo flexible y la sustituí por la flamante unidad recién adquirida. Aquello tampoco encajaba y a mí empezaba a salirme humo de la cabeza.

Ni corto ni perezoso, desmonté el soporte nuevo de la pared, desenrosqué la ducha recién estrenada del tubo y los metí en una bolsa junto con la alcachofa antigua. Me presenté en la tienda con mirada asesina y me prometí a mi mismo que de allí no me iba sin que alguien me explicara qué estaba sucediendo. Estaba dispuesto a tomar rehenes si era necesario.

La dependienta, muy pendiente de que no me acercara a la sección de objetos punzantes, me fue convenciendo poco a poco de que lo que pasaba era que necesitaba sustituir el tubo flexible por otro, ya que el que tenía en mi casa seguramente estaba rematado por una abrazadera estriada que impedía que el conjunto se acoplara perfectamente al soporte.

Salí con un nuevo artículo debajo del brazo, un globito en una mano y un carnet del establecimiento que me acreditaba como cliente honorífico.

En la ceremonia final, la Santísima Trinidad se conjuntó a la perfección, pudiendo por fin purificar mi cuerpo después de muchas semanas acumulando cascarrias.

¡Ah! Lavado sea el señor

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