martes, 2 de febrero de 2010

El ciclo de la vida

Es sabido que, en el orden natural del universo, todas las cosas tienen un principio y un fin.

Y no importa que seamos conocedores de ello, pues, cuando llega el momento final, todavía no estamos preparados para aceptar esa realidad.

Hay ocasiones en las que ese tipo de situaciones provocan en nosotros una ansiedad adicional, dada la naturaleza del objeto que se extingue y la circunstancia que nos rodea. He hecho un listado de las más irritantes:

-Pilas del mando a distancia.
Esas de las que raramente suele haber un recambio en casa y son de ese formato tan poco común, por lo que siempre acabamos comprando un modelo que no es. Ocasionalmente, una vez adquiridas, aparece un paquete por estrenar en el fondo del cajón de los trastos.

-Bombillas. Si la lámpara es de difícil acceso, esperamos a que se fundan las tres o cuatro luces de su interior para ir a comprar los repuestos. Este proceso suele alargarse varios meses, durante los cuales nuestra vista se va acostumbrando a la infraoscuridad. Las hordas de insectos que deciden acabar sus días en el interior del globo de la lámpara también contribuyen a debilitar la capacidad lumínica de la bombilla superviviente. Para evitar dudas acerca del voltaje, calidad de luz y tamaño de la rosca, portaremos al último ejemplar con nosotros hasta la tienda de suministros.

-Ropa interior limpia. Sucede en esa conjunción especial de circunstancias tales como: no hay suficiente ropa de color/blanca para justificar una lavadora; ha llovido toda la semana y no se secó la última colada. En el mejor de los casos, hay que echar mano de lo que hubiera tirado por el suelo de la habitación; en el peor de ellos, rebuscar en el cesto de la ropa sucia y sacar la prenda que haya absorbido menos el olor de sus compañeras.

-Champú/gel de baño.
Poco a poco los fabricantes ya están diseñando los envases para que podamos colocarlos boca abajo y así sacar todo el jugo al producto. Los botes que todavía tienen tapones redondeados habrá que colocarlos en precario equilibrio en una resbalosa esquina de la bañera. Y si no, la solución final es la de abrir el bote, meter un chorro de agua, agitar como si fuera un cóctel y apurar el resultado ungiéndolo sobre nuestro cuerpo impuro.

-Dinero. Obvio. Pero es más fastidioso cuando, aún teniéndolo, no podemos acceder a él. En el caso de la tarjeta bancaria, tengo puesto un límite de compra mensual. Unos días después de efectuar el pago de unos billetes de avión, estaba yo en la cola del supermercado con el carro lleno hasta arriba. En el momento de pagar, la tarjeta no pasó. Tampoco llevaba efectivo, así que tuve que pedir que me guardaran la compra mientras iba al cajero. Dado que trabajo con una entidad que no tiene una red de cajeros propia muy extendida, tuve que dar un paseo de media hora entre ir y volver. Desde entonces, sé que hay que ir con un billete de 50 euros dentro del calcetín, ¡aunque éste al final es el que acaba perdiéndose dentro de la lavadora!

-Papel del culo. El peor de los escenarios suele darse cuando el papel higiénico expira en casa extraña. Uno acaba fisgando en los armarios ajenos inclinándose en precario equilibrio sobre la taza, o bien paseando por el baño, como Chiquito de la Calzada, con los pantalones en los tobillos al mismo tiempo que separamos al máximo las nalgas. En cierta ocasión, pasando un fin de semana en casa de mis suegros, tuve el honor de cambiar tres rollos en los dos cuartos de baño de la casa. Difícil de superar, a no ser que seas el encargado de los retretes de un McDonald’s.

Y luego está la muerte, pero eso es otro rollo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe aquí tu comentario. Sé donde vives y dónde trabajas!