lunes, 25 de enero de 2010

Pinzamientos profundos


Hoy dos pinzas de madera montan guardia bajo la tormenta, como dos lúgubres notas musicales en una triste partitura.

Cuando el temporal haya amainado será el momento en que los tambores de las lavadoras redoblen de alegría, abriendo las puertas a un enjambre multicolor dispuesto a posarse en las cuerdas de los tendederos. Los patios de luces, se convertirán en patios de butacas en los que todos y cada uno de los espectadores buscarán un lugar privilegiado para recibir los cálidos rayos del intérprete solista.

Y en este punto es donde yo, un humilde acomodador, hago mi aparición.

Con el propósito de disponer a los asistentes de un modo equilibrado, emparejo las pinzas tratando que sean del mismo color. El día que me siento inspirado, incluso intento que éstas sean similares al color de la prenda que van a acompañar. De ese modo, las pinzas de plástico se funden con las camisetas de colores alegres, mientras que las clásicas de madera se unen a los más formales calcetines negros.

Educadamente, dejamos pasar primero a los más mayores: viejos tejanos, camisas apolilladas, jerseys de toda la vida. A continuación se colocan las camisetas más desenfadadas y reivindicativas y finalmente, llenando los huecos libres, parejitas de calcetines, calzoncillos solteros y pañuelos desconsolados.

El aforo está completo. El espectáculo de un nuevo día está a punto de empezar y la audiencia embelesada cierra los ojos para recibir los primeros rayos del astro. Y, gracias a una mágica alquimia, sus espíritus y sus temperaturas se elevan hasta perder la conciencia, despertando extenuados en un cesto de mimbre o en el fondo de un cajón.

Y algunos de vosotros os preguntaréis qué sentido tiene todo esto para mí, y la verdad es que no sé qué responderos. A menudo creo que a veces se me va la pinza.

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