domingo, 24 de enero de 2010

La velocidad y el tocino (m/s & tcn)


Este fin de semana salía otra de éstas noticias absurdas que tanto llaman la atención; o por lo menos a mi, claro.

Caroline Cartwright, una británica de 48 años, fue condenada a ocho semanas de prisión por conducta antisocial por el reiterado incumplimiento de una advertencia por exceso de ruido. Y el ruido no era otro que los gemidos que la susodicha profería al mantener sus relaciones conyugales en la intimidad del hogar.

Al principio los vecinos estaban aterrorizados al pensar que estaban asesinando a alguien (de hecho la estaban matando de gusto) o que tenía lugar algo sobrenatural (la actividad sexual a esas edades, aunque algunos lo crean, no puede considerarse un fenómeno extraño). Finalmente se desentrañó el misterio y, tras constatar que las manifestaciones de placer de la mujer alcanzaban los 47 decibelios, se presentó la correspondiente denuncia.

Después de dos años el caso ha llegado a juicio y a la juez Beatrice Bolton le ha bastado con escuchar una corta grabación de los ruidos que profería la mujer para entender la perturbación que se había adueñado del vecindario. En palabras de la propia juez: "además está muy claro que no hace usted ningún esfuerzo por callarse".

La acusada se defiende en que no lo hace a propósito y que trató de minimizar la situación tratando de tener sexo por la mañana en lugar de por la madrugada como tenía por costumbre. En cualquier caso, la sentencia se hará efectiva si en el periodo de un año los Cartwright vuelven a las andadas.

Lo que llevará a la Sra. Cartwright a prisión (además de su pasión desenfrenada) será la capacidad humana de medir todo lo mensurable. Si no se pudiera registrar y medir, no se podrían establecer limitaciones. Sin estos límites, todo lo perceptible no dejaría de ser una visión subjetiva del suceso.

Por lo tanto, el principal enemigo de la señora Cartwright se encuentra encerrado en una caja fuerte de París.

¿Cómo es eso posible? Veamos.

Los barritos de la mujer se han medido en decibelios para poder demostrar la molestia y la  envidia de sus vecinos de escalera. El cálculo de un decibelio se expresa mediante la fórmula:


En la que W es la potencia a estudiar en vatios (o watts). Eso implica conocer que un vatio es igual a:


la potencia que da lugar a una producción de energía igual a un julio por segundo. Y claro, tendremos que saber que un julio es:



el trabajo producido por la fuerza de un newton, cuyo punto de aplicación se desplaza un metro en la dirección de la fuerza. ¿Newton? ¿El de las manzanas? Correcto. En este caso da nombre a una unidad de fuerza, expresada:



El newton es la fuerza necesaria para proporcionar una aceleración de un metro por segundo a un objeto cuya masa es de un kilogramo.

Por fin empiezan a aparecer conceptos manejables para el urbanita medio ¿verdad? Pero si hurgamos en el sentido estricto de estas unidades, comprobaremos con angustia que hasta los conceptos más básicos escapan a nuestra capacidad de entendimiento.

Veamos sino que un segundo es la duración de 9.192.631.770 periodos de la radiación correspondiente a la transición entre los dos niveles hiperfinos del estado fundamental del átomo de cesio. Aquí un servidor no ha visto un átomo de cesio en la vida, así que de momento aparcaremos el concepto tiempo y otorgaremos un cierto grado de confianza a mi reloj de pulsera retro con calculadora y mando infrarrojos.

El metro. Todo el mundo se piensa que domina el concepto metro: medimos las casas en metros cuadrados, nos desplazamos por kilómetros de carreteras, consumimos gas y agua a metros cúbicos, viajamos en metro... Pero ¿qué cara se nos queda cuando nos definen el metro como el espacio que recorre la luz en el vacío durante un tiempo de 1/299.792.458 segundos? Porque eso nos lleva de nuevo a comprender lo que es un segundo, y de ahí no habíamos salido muy bien parados.

Nos queda el quilo. En los alegres días de la Revolución Francesa se determinó que un kilogramo equivalía a la masa de un litro de agua destilada pura a una atmósfera de presión y a una temperatura de 3,98 ºC. Más referencias a otras unidades. Que no cunda el pánico. Algúna mente preclara decidió dejarse de jaleos innecesarios y se decidió fabricar un bloque compuesto por una aleación de platino e iridio (al 90% y 10%), cuyo peso equivalía más o menos al ideal del litro de agua.

Lo pusieron a buen recaudo en la Oficina Internacional de Pesos y Medidas y dijeron que el que quisiera calibrar su balanza que fuera allá y lo hiciera. El problema de disponer de una referencia material como ésta es que en el último siglo el patrón de París ha perdido, por razones aún desconocidas, cerca de 50 microgramos. Por lo tanto en el futuro emplearemos una unidad que se conocerá como Kgg. o "kilogramo gastao".

En definitiva, este artículo que no ha hecho más que irse por las ramas, sólo ha venido a dar respuesta a ese interrogante filosófico que dice: ¿qué tiene que ver la velocidad con el tocino? Pues como se ha podido comprobar, si se tira del ovillo, tiene que ver y mucho.

Y si no que se lo pregunten a los vecinos de la Cartwright: la intensidad de los chillidos que emite la muy cochina es inversamente proporcional a la celeridad con que se resuelve la cuestión en los juzgados.

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